Texto bíblico: Filipenses 2:1-4
Concluimos el estudio de la semana anterior mencionando a la inconducta de los cristianos como un enemigo al plan de Dios. Según el pasaje de Filipenses 2: 1 – 4 el mayor problema de inconducta está en el área de las relaciones interpersonales. Evidentemente la iglesia tiene problemas serios en este campo.
La responsabilidad de la iglesia es impactar a la sociedad con el poder del evangelio, de manera a que todos conozcan a Cristo. Este desafío se hace imposible de cumplir cuando la iglesia no tiene autoridad moral porque ella misma no tiene una conducta propia del evangelio. Se hace necesario, por tanto, experimentar cambios que evidencien una conducta cristiana. Veamos los cambios necesarios.
Cambio #1
La determinación por la unanimidad (Filipenses 2:1-2)
El pasaje contiene una confrontación muy fuerte a quienes manifiestan tener virtudes como el consuelo, el amor, la comunión del Espíritu, el afecto entrañable y la misericordia pero son incapaces de ser unánimes. Incluso colaboradoras del apóstol, muy comprometidas con el servicio tenían rivalidades manifiestas (Filipenses 4:2-3). La reprensión para los filipenses es: “si tienen esas virtudes deberían pues, ser unánimes”.
Cambio #2
Destronización del ego (Filipenses 2:3)
En el capítulo 1 quedó claro que algunos predicaban el evangelio por rivalidad, es decir, para ganar seguidores mientras el apóstol está preso. A los filipenses, incluso portadores de virtudes, se les advierte sobre las motivaciones egoístas. Nada de rivalidad ni vanidad. El “yo” tiene que quedar de lado en la vida cristiana.
Se ofrecen dos formas para sacar del trono al ego. En primer lugar la humildad, tapeinofrosune en griego, significa literalmente deprimir la mente. Y en segundo lugar, estimar a los demás superiores a uno mismo. En Filipenses 4: 8 se presenta una aplicación práctica de como dar lugar a la humildad y estimar a los demás superiores a uno mismo.
Cambio #3
Servir para beneficio de los demás (Filipenses 2:4)
En contraste con los contenciosos, la misión del cristiano es la entrega desinteresada hacía los demás. El ejemplo sublime es Cristo, quien “…siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2: 6-9).