Ocurrió a fines de la década del 60. Fue un viaje inolvidable. Ciertamente inolvidable, pero o por lo placentero sino por lo trágico.
Las rutas que unían las ciudades de Asunción y concepción por el lado oriental del Paraguay, se hallaban todavía sin pavimentación asfáltica en todo su tramo.
El viaje siempre resultaba largo por lo incómodo del mismo. La polvareda que es levantada era impresionante, de tal modo, que al llegar al destino uno se encontraba totalmente cubierto de una fina capa de polvo rojo.
Si el viaje resultaba incómodo en un vehículo familiar, lo era mucho más en u transporte colectivo. En dicho ocasión, el transbordo debía hacerse en un lugar llamado Yby Yaú. La conexión de los colectivos falló y por horas tuvimos que esperar en pleno campo que venga otro.
Cuando por fin llegó, ya atardecía. Hicimos el transbordo y como el vehículo era de los “removidos” (colectivos que suben y bajan pasajeros continuamente) se encontraba completamente lleno.
Abordamos el vehículo y la amabilidad de algunos varones, permitió que mi madre y mis hermanas mayores tomaran asiento. Nosotras, mi hermana menor y yo viajamos sentadas sobre las maletas.
De pronto las personas se alarmaron, un hombre que viajaba cerca nuestro se sintió muy mal. Tenía escalofríos, malestar general, de momentos sudaba con tanta profusión que se le mojaba el rostro y de repente se sacudía, un extraño temblor de cuerpo lo embargaba y su rostro estaba completamente blanco. Se lo ubicó en los primero asientos y se le brindó la mejor atención humanamente posible. El chofer apuró la marcha para llegar al primer pueblo en busca de ayuda y asistencia médica.
Pero la ayuda no llegó, el hombre murió rodeado de por lo menos 40 personas, en un pequeño transporte colectivo.
Nadie pudo ofrecerle ayuda, su hora había llegado.
El resto del viaje fue una experiencia bastante difícil para mí. Como era una niña de unos 10 años me causó una gran impresión llevar en medio nuestro, el cuerpo tendido de un hombre muerto, en el pasillo de aquel ómnibus.
La biblia declara: “…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio” (hebreos 9:27).
La muerte es un momento que a todos nos llega, más tarde o más temprano. Y cuando la muerte llega, como en aquel caso, no hay nadie que pueda ayudarnos.
Debemos estar preparados para dar cuentas al hacedor de nuestras vidas. Jesucristo es el único camino correcto ara llegar a Dios y vivir eternamente en su presencia.
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).
Autor original: Rev. Noemí Salazar